divendres, 10 d’octubre del 2014

AYOTZINAPA NOS DUELE

A quienes escuchen en este México de sangre y de dolor.

¿Cómo se puede empezar a escribir una carta pensando en Ayotzinapa sin
formular muchas preguntas? El terror y la falta de palabras para describir
el sentimiento tan profundo y terrible provocan muchas dudas, inquietudes,
corajes y desgarrados pensamientos.

¿Qué nos están diciendo?

Las normales rurales siempre han representado al sector estudiantil
comprometido, consciente y pobre en México. Estos centros de estudio
durante décadas y décadas han sido cuna de un sinnúmero de personas
valientes que aprovechan al máximo la oportunidad de estudiar y de servir
al pueblo, de vivir el dolor del pueblo y de luchar junto al pueblo. Son
símbolo de rebeldía juvenil, tal vez es por eso que a ellos los agarran,
los matan, los queman, los mutilan, los torturan, les hacen todo lo que
estos años en México se ha hecho a “criminales”, jóvenes, migrantes,
indígenas, mujeres, niños, a miles y miles de personas. Parece que esta
MASACRE está representando un quiebre, un punto y aparte, un mensaje que
dice: “Así les va a ir a todos los que no se dejen, a los que tengan
dignidad”. Parece que el crimen ahora es no ser criminal, porque ser
criminal es exactamente lo mismo que ser político, presidente, gobernador,
presidente municipal, sicario, policía o militar. El modo en que se hizo
esta brutal agresión pone a otro nivel la guerra en México. Es muy corto
hablar en este momento de “criminalización de la protesta social”, ahora
estamos ante el exterminio del descontento, ante el genocidio de la
esperanza. Ese es el mensaje. Eso está detrás.

En días previos a estos hechos de sangre el movimiento estudiantil tomaba
fuerza (la sigue tomando), con el 2 de octubre en el aire, con los
politécnicos en las calles, con muchas rabias por todo el país. Iguala no
llega así porque sí, por problemas municipales, por el narco haciendo de
las suyas. Estamos viendo un tipo de “limpieza ejemplar”, ya no castigo, ya
no represión, es como si ciertas fuerzas políticas se decidieran a terminar
con los rebeldes, los incómodos, los irreverentes, los rojos, de un modo
atroz, sin recato alguno, porque hace tiempo que la sensatez y la famosa
“legalidad” desaparecieron, como las miles de vidas que han ido quedando
“ausentes” en estos años. No estamos ante una crisis de un Estado
democrático, estamos ante el auge de un Estado delincuente, que opera con
sicarios, con paramilitares mientras se logran terminar de legalizar las
injusticias. Entre la masacre de los normalistas en Iguala y su
diálogo-espectáculo con los politécnicos en Bucareli, el gobierno de
Enrique Peña Nieto y el de Ángel Aguirre, y con los suyos los de todos los
gobernantes de este país, de todos los partidos políticos, nos están
demostrando su forma de poner “orden”, su forma de ser “respetuosos de los
derechos humanos”.

Ayotzinapa nos está doliendo de un modo que aún no podemos describir, nos
pone a pensar en una respuesta que aún no está clara, como que en estos
diez días el silencio en muchos lugares y personas, el dolor contenido, la
impotencia ácida y profunda, la rabia filosa y el terror en los labios, en
los corazones, en nuestras mentes nos estuviera poniendo una prueba, una
enorme prueba: cómo hacer algo que no sea absurdo, cómo no quedarse
mirando, cómo pararlo, cómo decir algo más que NO, que BASTA, que JUSTICIA.
De por sí estos últimos años en México como en muchos rincones del mundo se
siente que algo falta, que la esperanza no se ve como antes, que no es
suficiente, que el futuro no se ve y que la incertidumbre y el horror se
vuelven constantes. Mientras que las agresiones del poder, donde sea y como
sea son brutales, secuenciales, a niveles más cotidianos, que carcomen y
orillan a un aparente “sin sentido y sin rumbo”. De por sí en estos días
aunque crece y crece esa indignación, no está bastando la náusea que no
sabemos si puede convertirse en impulso. Por eso Ayotzinapa, sus
normalistas, nos están doliendo, nos están poniendo de cabeza.

Enrique Peña Nieto y quienes detrás de él operan con el viejo estilo de las
dictaduras y con el nuevo discurso de las “democracias”, es decir, con el
mejor y más acabado estilo de la perversidad política mexicana, están
logrando construir un país en el que el crimen es una política de estado,
es decir dónde todo está disponible por un precio adecuado, donde en la
relación costo-beneficio cualquier vida es prescindible.  Vivimos bajo un
sistema donde se externaliza el costo político, es decir que quien tiene el
poder utiliza a otros personajes políticos para que asuman la
responsabilidad del horror, y estos a su vez externalizan ese costo
político y las consecuencias jurídicas a otros, hasta que al final, cuando
toda la clase política se ha logrado deslindar de la masacre, cuando el
sistema está a salvo, “llegar a las últimas consecuencias para hacer
justicia” acaba significando que metan a unos cuantos de los
policías-sicarios que dispararon a la cárcel (y eso en el mejor de los
casos).  En Ayotzinapa, como en tantos otros lugares de México, los grupos
de poder harán todo lo posible para que la responsabilidad sea de unas
cuantas personas “sacrificables”, para  que el sistema de impunidad y de
violencia pueda seguir su brutal camino. El sistema político de México no
está corrupto, la corrupción es el sistema político de México.

Tenemos que resistirnos a la costumbre de tanta muerte, tenemos que detener
esta inercia y tenemos que hacerlo sin caer en las viejas respuestas, sin
olvidar la historia. Caminemos, gritemos, pensemos, preguntémonos y hagamos
aprendiendo de un modo distinto y construyendo sabiduría colectiva para
oponerse a esta barbarie.

Nuestra solidaridad está con los estudiantes de la Normal Rural “Raúl
Isidro Burgos”.

Ayotzinapa nos duele.

Enlace Urbano de Dignidad
Nodo de Derechos Humanos
Les trois passants
Comisión Takachiualis de Derechos Humanos
Proyecto de Animación y Desarrollo

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