El Muro y la Grieta.
Primer Apunte sobre el Método Zapatista.
Mayo 3 del 2015.
Buenas tardes, días, noches tengan quienes escuchan y quienes
leen, sin importar sus calendarios y geografías.
Mi nombre es Galeano, Subcomandante Insurgente Galeano. Nací la
madrugada del 25 de mayo del 2014, en colectivo y a pesar mío, y
bueno, también a pesar de otros, otras y
otroas. Como el
resto de mis compañeras y compañeros zapatistas, me cubro el rostro
cuando es necesario mostrarme, y me descubro para ocultarme. A pesar
de no cumplir aún el año de vida, el mando me ha asignado el
trabajo de posta, vigía o centinela en uno de los puestos de
observación de esta tierra rebelde.
Como no estoy acostumbrado a hablar en público, y menos ante
tantas y tan finas (já -perdón, debe ser el hipo del pánico de
escena-), digo finas personas, les agradezco su comprensión para con
mis balbuceos y mi reiterado trastabíllelo en el difícil y
complicado arte de la palabra.
Tomé el nombre de Galeano del de un compañero zapatista, un
maestro y organizador, indígena, que fue atacado, secuestrado,
torturado y asesinado por paramilitares amparados en una supuesta
organización social: la CIOAC-Histórica. La pesadilla que acabó
con la vida del compañero maestro Galeano, inició la madrugada del
2 de mayo del 2014. Desde esa hora, nosotras, nosotros, zapatistas,
iniciamos la reconstrucción de su vida.
Por esas fechas, la dirección colectiva del EZLN decidió dar
muerte al personaje autodenominado SupMarcos, en aquel tiempo
portavoz de los hombres, mujeres, niños y ancianos zapatistas. A
partir de entonces, el cargo de vocero del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional le corresponde al Subcomandante Insurgente
Moisés. Por su voz hablamos, por sus ojos miramos, en sus pasos
andamos, él somos.
Meses después de ese 2 de mayo, la noche se alargó en el México
de abajo y le puso un nuevo nombre a la ya larga nominación del
terror: “Ayotzinapa”. Como se ha dado una y otra vez en el mundo,
una geografía de abajo era así señalada y nombrada por una
tragedia planeada y ejecutada, es decir, por un crimen.
Ya hemos dicho, en voz del Subcomandante Insurgente Moisés, lo
que para nosotros, nosotras, zapatistas, significó y significa
Ayotzinapa. Con su venia y la de mis compañeras y compañeros jefas
y jefes zapatistas retomo sus palabras.
Ayotzinapa es el dolor y la rabia, sí, pero no sólo eso. También
y sobre todo, el terco empeño de los familiares y compañeros de los
ausentes.
Algunas, algunos de estos familiares que no han dejado caer la
memoria, nos dieron el honor de compartir junto nuestro y están aquí
con nosotros en tierras zapatistas.
Escuchamos la palabra de Doña Hilda y Don Mario, madre y padre de
César Manuel González Hernández, y tenemos la presencia y la
palabra de Doña Bertha y Don Tomás, madre y padre de Julio César
Ramírez Nava. Con ellas y ellos tenemos el reclamo por los 46
ausentes.
A Doña Bertha y a Don Tomás les pedimos que hagan llegar estas
palabras a los demás familiares de los ausentes de Ayotzinapa.
Porque ha sido su lucha lo que hemos tenido presente para arrancar
este semillero.
Creo que más de una, uno,
unoa, de la Sexta y del EZLN,
coincidirán conmigo en que hubiéramos preferido que no estuvieran
aquí como están. Quiero decir, que sí estuvieran, pero no como
dolor y rabia, sino como abrazo compañero. Que no hubiera pasado
nunca ese 26 de septiembre. Que el calendario hubiera echado una mano
compañera y se hubiera saltado esa fecha, y que la geografía se
hubiera extraviado y no hubiera anclado en Iguala, Guerrero, México.
Pero si después de esa noche de terror, la geografía se extendió
y profundizó, alcanzando los rincones más apartados del planeta, y
si el calendario sigue rendido ante esa fecha, ha sido por el empeño
de ustedes, por la grandeza de su sencillez, por la incondicionalidad
de su entrega.
No conocemos a sus hijos. Pero los conocemos a ustedes. Y no es
otra nuestra intención que la de que la admiración y el respeto que
les tenemos sea una certeza para ustedes, aún y en los momentos más
solitarios y dolorosos a los que se enfrenten.
Es cierto, no podemos llenar calles y plazas en las grandes
ciudades. Cada movilización, por pequeña que sea, representa para
nuestras comunidades una merma importante en su economía, ya de por
sí difícil, como la de millones de personas, y sostenida al límite
por las rebeldía y resistencia de más de dos décadas. En nuestras
comunidades digo, porque nuestros apoyos no son la suma de
individualidades, sino que son acción colectiva, reflexionada y
organizada. Son parte de nuestra lucha.
No podemos brillar en las redes sociales, ni hacer llegar sus
palabras más allá de nuestros corazones. Tampoco podemos apoyarlos
económicamente, aunque bien sabemos que estos meses de lucha les han
golpeado en su salud y en sus condiciones de vida.
Ocurre también que nuestro ser rebelde y en resistencia las más
de las veces es visto con resquemor y desconfianza. Movimientos y
movilizaciones que en distintos rincones se levantan, prefieren que
no hagamos explícita nuestra simpatía. Aún sensibles al “qué
dirán” mediático, no quieren que su causa sea asociada de manera
alguna a “los encapuchados de Chiapas”. Lo entendemos, no lo
cuestionamos. Nuestro respeto a las rebeldías que pululan en el
mundo incluye el respeto a sus valoraciones, a sus pasos, a sus
decisiones. Respetamos sí, pero no ignoramos. Estamos pendientes de
todas y cada una de las movilizaciones que enfrentan al Sistema.
Tratamos de comprenderlas, es decir, de conocerlas. Sabedores somos
que el respeto nace del conocimiento, y que el miedo y el odio, esas
dos caras del desprecio, nacen no pocas veces de la ignorancia.
Aunque pequeña es nuestra lucha, algo hemos aprendido en estos
años, décadas, siglos. Y esto queremos decirles:
No crean en quienes les dicen que la sensibilidad y la simpatía,
el apoyo, se mide en calles abarrotadas, en plazas colmadas, en
grandes templetes, en el número de cámaras, micrófonos,
encabezados periodísticos, tendencias en redes sociales.
La inmensa mayoría en el mundo, no sólo en nuestro país, es
como ustedes, hermanas y hermanos familiares de los ausentes de
Ayozinapa. Personas que tienen que pelearle al día y a la noche un
pedazo de vida. Gente que debe luchar para arrancarle a la realidad
algo para sostenerse.
Cualquiera de abajo, hombre, mujer,
otroa, que conozca la
historia que les duele, simpatiza con su lucha en demanda de verdad y
justicia. La comparte porque en sus palabras ven la repetición de
sus historias, porque se reconocen en su dolor, porque se identifican
con su rabia.
La mayoría no ha ido a marchar, no se ha manifestado, no ha
creado temas en redes sociales, no ha roto cristales, no ha
incendiado vehículos, no ha gritado consignas, no ha usurpado
templetes, no les ha dicho que no están solas, solos.
No lo han hecho simple y sencillamente porque no han podido
hacerlo.
Pero han escuchado y respetan su movimiento.
No desfallezcan.
No crean que porque quienes antes estuvieron a su lado se han ido,
después de cobrar su parte o después de ver que no podrían
cobrarla, su causa es menos dolorosa, menos noble, menos justa.
El camino que han llevado hasta ahora ha sido intenso, cierto.
Pero ustedes saben que todavía falta mucho por andar.
¿Saben? Uno de los engaños de arriba es convencer a los de abajo
de que lo que no se consigue rápido y fácil, no se consigue nunca.
Convencernos de que las luchas largas y difíciles sólo cansan y
nada logran. Trucan el calendario de abajo sobreponiéndole el
calendario de arriba: elecciones, comparecencias, reuniones, citas
con la historia, fechas conmemorativas que sólo ocultan el dolor y
la rabia.
El Sistema no le teme a los estallidos, por muy masivos y
luminosos que sean. Si un gobierno cae, hay en su alacena otros para
reponer e imponer. Lo que lo aterroriza es la perseverancia de la
rebeldía y la resistencia de abajo.
Porque abajo es otro el calendario. Es otro el paso. Es otra la
historia. Es otro el dolor y otra la rabia.
Y ahora, al pasar de los días, este abajo disperso y plural que
somos, ya no sólo está atento a su dolor y a su rabia. También
estamos atentos a su persistencia, a su seguir, a su no rendirse.
Créanos. Su lucha no depende del número de manifestantes, del
número de notas periodísticas, del número de menciones en redes
sociales, del número de giras a las que los inviten.
Su lucha, nuestra lucha, las luchas de abajo en general, dependen
de la resistencia. De no rendirse, de no venderse, de no claudicar.
Bueno, claro, eso según nosotras, nosotros, zapatistas. Habrá
gente que les diga otras cosas. Les dirán que es más importante
estar con ellos, ellas. Por ejemplo, que es más importante llamar a
votar por tal o cual partido político porque así encontrarán a los
ausentes. Y que si no llaman a votar por tal o cual partido no sólo
habrán perdido LA oportunidad de recuperar a quienes les hacen
falta, también serán cómplices de que el terror siga en nuestro
país.
¿Ya ven cómo hay partidos políticos que se aprovechan de las
necesidades materiales de la gente? ¿Que ofrecen despensas, útiles
escolares, tarjetas, pases para el cine, cubetas, gorras, tortas y
agua pintada en empaque tetra pack? Bueno, pues también hay quien se
aprovecha de las necesidades sentimentales de la gente. La esperanza,
amigos y enemigos, es la necesidad que mejor se cotiza allá arriba.
La esperanza de que todo va a cambiar, de que ahora sí el bienestar,
la democracia, la justicia, la libertad. La esperanza que los
iluminados de arriba le arrebatan a los jodidos de abajo y luego se
la venden. La esperanza en que la solución a las demandas está en
el color de uno de los productos en la alacena del sistema.
Tal vez es gente que sabe más que nosotros, nosotras, zapatistas.
Son sabios, sabias. Es más, cobran por saber. El conocimiento es su
profesión, de eso viven… o con eso defraudan.
Ya ven que ellos saben más y, refiriéndose a nosotras, nosotros,
dicen que estamos “perdidos allá, en las montañas, quién sabe
dónde”, y dicen que llamamos a la abstención y que somos
sectarios (tal vez porque, a diferencia de ellos, nosotros sí
respetamos a nuestros muertos).
¡Ah! ¡Es tan cómodo decir y repetir ocurrencias y mentiras! Tan
barato difamar y calumniar, y luego predicar la unidad, el enemigo
principal, la infalibilidad del pastor, la incapacidad del rebaño.
Hace muchos años, las zapatistas, los zapatistas no hacíamos
marchas, no gritábamos consignas, ni enarbolábamos pancartas, ni
levantábamos los puños. Hasta que una vez marchamos. La fecha: el
12 de octubre de 1992, cuando allá arriba celebraban 500 años del
“encuentro de dos mundos”. El lugar: San Cristóbal de Las Casas,
Chiapas, México. En vez de pancartas llevamos arcos y flechas, y un
silencio sordo fue nuestra consigna.
Sin mucha bulla, la estatua del conquistador cayó. Si volvieron a
levantarla no importa. Nunca podrán levantar de nuevo el miedo a lo
que representaba.
Unos meses después, volvimos a las ciudades. Tampoco esa vez
llevamos consignas ni pancartas, y no llevamos arcos y flechas. Esa
madrugada olía a fuego y pólvora. y fueron nuestros rostros los
levantados.
Meses después vinieron algunas, algunos de la ciudad. Nos
contaron de las grandes marchas, de las consignas, de las pancartas,
de los puños levantados. Claro, agregando siempre que si es que
estos pobres inditos e inditas que somos, porque cuidaban la equidad
de género, sobrevivíamos, era gracias a ellos y ellas, que en la
ciudad habían detenido el genocidio de los primeros días de ese año
de 1994. Las zapatistas, los zapatistas, no preguntamos si antes de
1994 no había genocidio, ni si ya se había detenido, ni si ésos de
la ciudad estaban platicando algo ocurrido o estaban pasando la
factura. Los zapatistas, las zapatistas entendimos que había otros
modos de lucha.
Hicimos después nuestras marchas, nuestras consignas, nuestras
pancartas y levantamos los puños. Desde entonces nuestras marchas
son un pálido reflejo de aquella marcha que alumbró la madrugada
del año 94. Nuestras consignas tienen la rima desordenada de las
canciones en los campamentos guerrilleros de montaña. Nuestras
pancartas son trabajosamente elaboradas por batallar para encontrar
equivalentes a lo que en nuestras lenguas se describe en una palabra,
y en otros idiomas se necesitan tres tomos de El Capital. Nuestros
puños levantados más que retar, saludan. Como si al mañana se
dirigieran y no al presente.
Pero algo no ha cambiado: siguen levantados nuestros rostros.
Años después, nuestros autodenominados acreedores de la ciudad
nos exigieron que participáramos en las elecciones. No entendimos,
porque nosotras, nosotros, nunca les exigimos que se alzaran en
armas, ni que resistieran, ni que se rebelaran contra el mal
gobierno, ni que honraran a sus muertos en la lucha. No les exigimos
que se cubrieran el rostro, que se negaran el nombre, que abandonaran
familia, profesión, amistades, nada. Pero los modernos
conquistadores, vestidos de izquierda progresista, nos amenazaron: si
no los seguíamos, nos dejarían solas, solos, y seríamos los
culpables de que la derecha reaccionaria fuera gobierno. Les
debíamos, dijeron, y presentaron la cuenta a pagar impresa en una
boleta electoral.
Nosotras, nosotros, zapatistas, no entendimos. Nos alzamos para
mandarnos nosotras mismas, nosotros mismos, no para que otro nos
mandara. Se enojaron.
Tiempo después los de la ciudad siguen marchando, gritando
consignas, levantando puños y pancartas, y ahora agregan
tuits,
hashtags,
likes,
trending topics,
followers, en sus partidos políticos están los mismos que
apenas ayer eran la derecha reaccionaria, en sus mesas se sientan
juntos y departen los asesinos y los familiares de los asesinados,
ríen y brindan juntos por la paga obtenida, se lamentan y lloran
juntos por los puestos perdidos.
Mientras tanto las zapatistas, los zapatistas también marchamos a
veces, gritamos consignas imposibles o callamos, en veces levantamos
pancartas y puños, siempre la mirada. Decimos que no nos
manifestamos para desafiar al tirano, sino para saludar a quien, en
otras geografías y calendarios, lo enfrenta. Para desafiarlo,
construimos. Para desafiarlo, creamos. Para desafiarlo, imaginamos.
Para desafiarlo, crecemos y nos multiplicamos. Para desafiarlo,
vivimos. Para desafiarlo, morimos. En lugar de
tuits,
hacemos escuelas y clínicas, en lugar de
trending topics,
fiestas para celebrar la vida derrotando a la muerte.
En la tierra de los acreedores de la ciudad sigue mandando el amo,
con otro rostro, con otro nombre, con otro color.
En la tierra zapatista mandan los pueblos y el gobierno obedece.
Tal vez por eso es que los zapatistas, las zapatistas, no
entendimos que teníamos que ser los seguidores, y los líderes de la
ciudad los seguidos.
Y todavía no entendemos.
Pero puede ser que sí, que la verdad y la justicia que ustedes,
nosotras y nosotros, todos, todas,
todoas, buscamos, se
consiga gracias a la dádiva de un líder rodeado de gente tan
inteligente como él, un salvador, un amo, un jefe, un patrón, un
pastor, un gobernante, y todo sólo con el mínimo esfuerzo de una
boleta en una urna, con un
tuit, con una presencia en la
marcha, en el mitin, en la lista de afiliados… o callando frente a
la farsa que simula interés patriótico donde sólo hay ansia de
Poder.
Si sí o no, es lo que tal vez nos digan otros pensamientos en
este semillero.
Lo que nosotras, nosotros, zapatistas, hemos aprendido es que no.
Que de arriba sólo vienen la explotación, el robo, la represión,
el desprecio. Es decir, de arriba, sólo llega el dolor.
Y de arriba les demandan, les exigen que los sigan. Que ustedes
les deben el que se conociera mundialmente su dolor, que ustedes les
deben las plazas colmadas, las calles llenas de color e ingenio. Que
ustedes les deben por el trabajo de policía ciudadana que señaló,
persiguió y satanizó a “anarco-inflitrados-fuchi-guácala”. Que
ustedes les deben las manifestaciones bien portadas, las notas
periodísticas, las fotos a colores, las reseñas favorables y las
entrevistas.
Nosotros, nosotras, zapatistas, sólo decimos:
No teman quedarse solos de quienes nunca han estado en verdad con
ustedes. Son ellas y ellos quienes no los merecen. Quienes llegan a
su dolor como a un espectáculo ajeno, que gusta o que disgusta, pero
del que nunca serán parte real.
No teman ser abandonados por quienes pretenden no acompañarlos y
apoyarlos, sino administrarlos, domarlos, rendirlos, usarlos y,
después, desecharlos.
Teman, sí, olvidar su causa, dejar caer su lucha.
Pero mientras se mantengan, mientras resistan, tendrán el respeto
y la admiración de mucha gente en México y en el mundo.
Gente como la que está aquí hoy con nosotras, nosotros.
Como Adolfo Gilly.
Esto que ahora diré, no se iba a decir. ¿La razón? Que
inicialmente tanto Adolfo Gilly como Pablo González Casanova habían
dicho que tal vez no estarían presentes, ambos por problemas de
salud. Pero aquí está Adolfo, y a él le pedimos ahora que le
cuente luego a Don Pablo esta parte.
El finado supMarcos contaba que alguna vez alguien le cuestionó
que el EZLN tuviera tantas atenciones para Don Luis Villoro, Don
Pablo González Casanova y Don Adolfo Gilly. El argumento impugnador
se basaba en las diferencias que, frente al zapatismo, estas tres
personas mantenían, y en cambio, que no tuviera las mismas
deferencias para intelectuales que eran cien por ciento zapatistas.
Imagino que el Sup encendió la pipa y entonces explicó: “En
primera, dijo, sus diferencias no son con lo que es el zapatismo,
sino con las valoraciones, análisis o posiciones que el zapatismo
asume frente a diversos asuntos. En segunda, prosiguió, yo en lo
personal he visto a estas tres personas frente a mis compañeras y
compañeros jefes. Acá han llegado intelectuales de gran prestigio
y, bueno, algunos no tan prestigiados. Han llegado y han dicho su
palabra. Pocos, muy pocos, han hablado con las comandantas y
comandantes. Sólo frente a esas tres personas he visto a mis jefes y
jefas hablar y escuchar de igual a igual, con confianza y camaradería
mutuas. ¿Cómo lo hicieron? Bueno, pues habría que preguntarles a
ellos. Lo que yo sé es que eso cuesta, que lograr la palabra y el
oído de mis compañeras y compañeros jefes y jefas, en respeto y
cariño, cuesta y mucho. La tercera es que, abundó el Sup, te
equivocas al pensar que como zapatistas buscamos espejos, vítores y
aplausos. Nosotros apreciamos y valoramos las diferencias en los
pensamientos, claro, si son pensamientos críticos y articulados, y
no esas chambonadas que ahora abundan en el progresismo ilustrado.
Nosotros, nosotras, zapatistas, no valoramos de un pensamiento si
coincide o no con el nuestro, sino si nos hace pensar o no, si nos
provoca o no, pero sobre todo, si da cuenta cabal de la realidad.
Estas tres personas han mantenido, cierto, posiciones diferentes y
hasta contrarias a la nuestra frente a situaciones diversas.
Nunca, nunca han estado en contra nuestra. Y, a pesar de los
vaivenes de la moda, han estado de nuestro lado.
Sus argumentos contrarios y, no pocas veces, contradictorios a los
nuestros, no nos han convencido, cierto, pero nos han ayudado a
entender que hay diversas posiciones y pensamientos diferentes, y que
es la realidad la que sanciona, no un tribunal autoerigido sea en la
academia, sea en la militancia. Provocar el pensamiento, la
discusión, el debate es algo que nosotras, nosotros, zapatistas
valoramos y mucho.
Por eso nuestra admiración al pensamiento anarquista. Es claro
que no somos anarquistas, pero sus planteamientos son de los que
provocan y alientan, los que hacen pensar. Y créeme que el
pensamiento crítico ortodoxo, por llamarlo de alguna forma, tiene
mucho que aprender en ese aspecto, pero no sólo en eso, del
pensamiento anarquista. Por ponerte un ejemplo, la crítica al Estado
como tal, es algo que en el pensamiento anarquista lleva ya mucho
camino andado.
Pero volviendo a los 3 malditos, cuando cualquiera de ustedes, le
dijo el Sup a quien demandaba una rectificación zapatista, pueda
sentarse frente a cualquiera de mis compañeras y compañeros sin que
ellas y ellos teman su burla, su veredicto, su condena; cuando logren
que les hablen en igualdad y respeto; que los vean como compañeros y
compañeras y no como jueces extraños; que los cariñen, como se
dice acá; o cuando su pensamiento, coincidente o no con el nuestro,
nos ayude a descubrir el funcionamiento de la Hidra; nos lleve a
nuevas cuestiones; nos invite a nuevos caminos; nos haga pensar; o
cuando puedan explicar o provocar el análisis de un aspecto concreto
de la realidad; entonces y sólo entonces verán que tenemos para
ustedes las mismas pocas atenciones que podamos brindarles. Mientras
tanto, agregó el Supmarcos con ese humor ácido que lo
caracterizaba, abandonen esos celos heteropatriarcales, mundialistas,
reptilianos e iluminatis.
He recordado aquí esta anécdota que me fue referida por el
SupMarcos, porque hace unos meses, cuando nos visitó una delegación
de los familiares que luchan por la verdad y la justicia para
Ayotzinapa, uno de los papás nos contó de una reunión que tuvieron
con el mal gobierno. No recuerdo ahora si era la primera. Nos contó
este Don Mario que los funcionarios llegaron con sus papeles y su
burocracia, como si estuvieran atendiendo un cambio de placas y no un
caso de desaparición forzada. Los familiares estaban temerosos y
rabiosos y querían decir su palabra, pero el burócrata al frente
alegaba que sólo podían hablar los que estaban apuntados y los
intimidaba. Cuenta Don Mario que los acompañaba un hombre ya de
edad, “de juicio” dirían las zapatistas, los zapatistas. Ese
hombre, sin que nadie lo esperara, dio un manotazo en la mesa y alzó
la voz exigiendo que se les diera la palabra a los familiares que
quisieran hablar. Don Mario nos dijo, palabras más, palabras menos,
“no tuvo miedo ese señor, y pues se nos quitó también a nosotros
el miedo y hablamos, y desde entonces no paramos”. Ese hombre que,
encendido de rabia, se plantó frente a la desidia gubernamental,
pudo haber sido una mujer, o unoa otroa, y estoy seguro que
cualquiera de ustedes, hubiera hecho lo mismo o algo parecido en esas
circunstancias, pero llegó que le tocó ser a quien se llama Adolfo
Gilly.
Compas familiares:
A eso nos referimos cuando les decimos que hay gente que está con
ustedes sin verlos como una mercancía para comprar, vender,
intercambiar o robar.
Y como él, hay otras, otros,
otroas, que no golpean la
mesa pues porque no la tienen enfrente, que si no, pues ahí lo vean.
Como zapatistas que somos, también hemos aprendido que nada de lo
que merecemos y necesitamos se logra con facilidad ni rápido.
Porque la esperanza para el arriba es una mercancía, sí. Pero
para el abajo es una lucha por una certeza: Vamos a conseguir lo que
merecemos y necesitamos porque nos estamos organizando y estamos
luchando para ello.
Nuestro destino no es la felicidad. Nuestro destino es luchar,
luchar siempre, a todas horas, en todo momento, en todos los lugares.
No importa que el viento no sea favorable. No importa que tengamos el
aire y todo en contra. No importa que venga la tormenta.
Porque, créanlo o no, los pueblos originarios son especialistas
en tormentas. Y ahí están, Y aquí estamos. Nosotros, nosotras nos
llamamos zapatistas. Y desde hace más de 30 años pagamos el costo
de así nombrarnos, en vida y en muerte.
Lo mucho que tenemos, es decir, nuestra supervivencia a pesar de
todo y a pesar de todos los arriba que se han sucedido en calendarios
y geografías, no se lo debemos a individualidades. Se lo debemos a
nuestra lucha colectiva y organizada.
Si alguien pregunta a quién le deben los zapatistas, las
zapatistas, su existencia, su resistencia, su rebeldía, su libertad,
dirá verdad quien responda: “A NADIE”.
Porque así es como el colectivo anula la individualidad que
suplanta e impone, simulando que representa y orienta.
Por eso les hemos dicho, familiares de la búsqueda de la verdad y
la justicia, que cuando de su lado todos se vayan, quedaremos NADIE.
Una parte de ese NADIE, acaso la más pequeña, somos nosotras,
nosotros, zapatistas. Pero hay más, mucho más.
NADIE es quien hace andar la rueda de la historia. Es NADIE quien
trabaja la tierra, quien maneja las máquinas, quien construye, quien
trabaja, quien lucha.
NADIE es quien sobrevive a la catástrofe.
Pero tal vez estemos equivocados, equivocadas, y el camino que les
ofrecen sea el que vale realmente. Si así lo creen y así lo
deciden, no esperen de acá un juicio condenatorio, ni repudios, ni
desprecios. Igual tendrán nuestro cariño, nuestro respeto, nuestra
admiración.
-*-
Familiares de los Ausentes de Ayotzinapa:
Es tanto lo que no podemos hacer, lo que no podemos darles.
Pero en cambio tenemos una memoria forjada en siglos de silencio y
abandono, en la soledad, en el lugar del agredido por colores
distintos, por diferentes banderas, por lenguas diversas. Siempre por
el sistema, el pinche sistema que es sobre nosotros, nosotras. El
sistema que es a costa nuestra.
Y tal vez las memorias tercas no llenan plazas, ni ganan o compran
puestos gubernamentales, ni toman palacios, ni queman vehículos, ni
rompen vidrios, ni levantan monumentos en los museos efímeros de las
redes sociales.
Las memorias porfiadas sólo no olvidan, y así luchan.
Las plazas y calles se vacían, los puestos y los gobiernos se
terminan, los palacios se derrumban, los vehículos y los vidrios son
remplazados, los museos se enmohecen, las redes sociales corren de un
lado a otro demostrando que la frivolidad, como el capitalismo, puede
ser masiva y simultánea.
Pero llegan momentos, compas familiares de los ausentes, en que la
memoria es lo único que se tiene.
En esos momentos, sepan ustedes que nos tienen también a
nosotras, nosotros, zapatistas del EZLN.
Porque debemos decirles que la tenaz memoria de los zapatistas,
las zapatistas, es muy otra. Porque no sólo lleva el apunte de los
dolores y las rabias pasadas, dibujando en el cuaderno los mapas de
calendarios y geografías que han sido olvidados arriba.
-*-
EL MURO Y LA GRIETA.
Como zapatistas que somos, nuestra memoria también se asoma
a lo que viene. Señala fechas y lugares.
Si no hay un punto geográfico para ese mañana, empezamos a
juntar ramitas, piedritas, jirones de ropa y carne, huesos y barro, e
iniciamos la construcción de un islote, o más bien, de una barca
plantada en medio del mañana, ahí donde ahora sólo se vislumbra
una tormenta.
Y si no hay una hora, un día, una semana, un mes, un año en el
calendario conocido, pues empezamos a reunir fracciones de segundos,
minutos apenas, y los vamos colando por las grietas que abrimos en el
muro de la historia.
Y si no hay grieta, bueno, pues a hacerla arañando, mordiendo,
pateando, golpeando con manos y cabeza, con el cuerpo entero hasta
conseguir hacerle a la historia esa herida que somos.
Y luego pasa que alguien camina cerca y nos ve, ve a la zapatista,
el zapatista, duro que dale contra el muro.
Quien así pasa frente nuestro, a veces es quien cree que sabe. Se
detiene un momento, mueve la cabeza con desaprobación, juzga y
sentencia: “
así nunca van a derribar el muro“.
Pero a veces, muy de cuando en cuando, pasa la otra, el otro, lo
otroa. Se detiene, mira, entiende, se mira los pies, se mira
las manos, los puños, los hombros, el cuerpo. Y elige. “
Aquí
está bueno“, podríamos escuchar si es que su silencio fuera
audible, mientras marca una seña en el muro inmóvil. Y a darle.
Regresa quien cree que sabe, puesto que su camino es siempre de
ida y vuelta, como pasando revista a sus súbditos. Ve ahora a lo
otro en la misma necia tarea. Valora que ya hay suficientes para que
le escuchen, le aplaudan, le aclamen, le voten, le sigan. Mucho
habla, poco dice: “
así nunca van a derribar ese muro, es
indestructible, es eterno, es interminable” Cuando considera
que es oportuno, concluye: “
lo que deberían hacer es ver cómo
administrar el muro, cambiar de guardia, intentar hacerlo un poco
justo, amable. Yo les prometo ablandarlo. De todas formas, siempre
estaremos de este lado, Si siguen así, sólo le están haciendo el
juego a la actual administración, al gobierno, al Estado, al como se
diga, no importa la diferencia porque el muro es el muro y siempre,
¿lo oyen?, siempre estará ahí“.
Tal vez se acerque alguien más. Observa en silencio y concluye:
“
en lugar de empeñarse contra el muro, deberían entender que
el cambio está en uno mismo, una misma, sólo se necesita pensar
positivamente, mire usted, qué casualidad, aquí tengo a la mano
esta religión, moda, filosofía, coartada que le servirá. No
importa si es vieja o nueva. Venga, sígame“.
Para esto, quienes están duro y dale contra el muro ya están
mejor organizados, se hacen colectivos, equipos, se relevan, se
turnan. Los hay equipos gordos, flacos, altos y chaparros; allá
están los sucios, feos, malos y groseros; los hay cabezones, los hay
patones, los hay con las manos endurecidas por el trabajo, los hay de
quienes, sea mujeres, sea hombres, sea
otroas, echan el
hombro, el cuerpo, la vida.
Duro y dale con lo que pueden.
Hay quien con un libro, un pincel, una guitarra, una
tornamesa,
un verso, un azadón, un martillo, una varita mágica, un lapicero.
Vaya, hasta hay quien golpea al muro con un “
pas de chat“.
Y bueno, pasa lo que pasa, Porque resulta que el baile se contagia. Y
alguien trae una marimba, un teclado o un balón y entonces los
turnos… bueno, ya se imaginarán ustedes.
Claro, el muro ni en cuenta. Sigue impávido, poderoso, inmutable,
sordo, ciego.
Y aparecen los medios de comunicación de paga: toman fotos,
videos, se entrevistan entre ellos mismos, consultan especialistas.
La especialista tal-cual, cuya virtud es ser de otro país, declara,
con mirada trascendente, que la composición molecular de la materia
que le da al muro su corporeidad es tal que ni con una bomba atómica
y que, por lo tanto, lo que hace el zapatismo es completamente
improductivo y termina por ser cómplice del muro en sí (ya en off,
la especialista le ha pedido a quien la entrevista que mencione su
único libro, a ver si así se vende).
Sigue el desfile de especialistas. La conclusión es unánime: es
un esfuerzo inútil, así nunca derribarán el muro. De pronto, los
medios corren a entrevistar a quien ofrece una administración “más
humana” del muro. El tumulto de cámaras y micrófonos produce un
efecto curioso: quien no tiene argumentos ni seguidores, parece tener
muchos de unos y otros. Gran y conmovedor discurso. Hay la nota. Se
van los medios de comunicación de paga, porque nadie estaba poniendo
atención a lo que decía el candidato, el líder o el sabio, sino a
sus teléfonos que, obvio, son al menos más inteligentes que el
entrevistado o entrevistada, y hay un terremoto aquí nomás, y al
funcionario tal le encontraron que es corrupto, y james bond ha
llegado al Zócalo, y la pelea del siglo ha atraído a millones, tal
vez porque pensaron que era entre explotados y explotadores.
A la zapatista, el zapatista, nadie le pregunta. Si lo hicieran
tal vez no respondería. O tal vez diría el por qué de su absurdo
empeño: “
acaso quiero derribar el muro, basta con hacerle una
grieta”
No ha sido en libros escritos, sino en los que aún no se escriben
pero ya son leídos por generaciones, que las zapatistas, los
zapatistas han aprendido que si paras de arañar la grieta, ésta se
cierra. El muro se resana a sí mismo. Por eso tienen que seguir sin
descanso. No sólo para ensanchar la grieta, sobre todo para que no
se cierre.
Sabe también la zapatista, el zapatista, que el muro muta en su
apariencia. A veces es como un gran espejo que reproduce la imagen de
destrucción y muerte, como si no fuera posible otra cosa. A veces el
muro se pinta de agradable y en su superficie aparece un plácido
paisaje. Otras veces es duro y gris, como para convencer de su
impenetrable solidez. Las más de las veces el muro es una gran
marquesina donde se repite “P-R-O-G-R-E-S-O”.
Pero el zapatista, la zapatista sabe que es mentira. Sabe que el
muro no siempre estuvo ahí. Conoce cómo se levantó. Sabe de su
funcionamiento. Conoce de sus engaños. Y sabe también cómo
destruirlo.
No le preocupa la supuesta omnipotencia y eternidad del muro. Sabe
que son falsas ambas.
Pero ahora lo importante es la grieta, que no se cierre, que se
agrande.
Porque el zapatista, la zapatista, también sabe qué hay al otro
lado del muro.
Si le preguntaran, respondería “
nada“, pero
sonreiría como si dijera “
todo“.
En uno de los relevos, los Tercios Compas, que no son medios, ni
libres, ni autónomos, ni alternativos, ni como se llamen, pero son
compas, interrogan con severidad a quien golpea.
“
Si dices que no hay nada del otro lado, ¿para qué quieres
hacerle una grieta al muro?”
“
Para mirar“, responde la zapatista, el zapatista,
sin dejar de arañar.
“
¿Y para qué quieres mirar?“, insisten los Tercios
Compas que para entonces, como todos los medios se han ido, son los
únicos que permanecen. Y para ratificarlo, llevan en la camisola la
leyenda “Cuando los medios se van, quedan los tercios”. Y, claro,
están un poco incómodos porque son los únicos que están
preguntando en lugar de darle al muro con la cámara o con la
grabadora o al-fin-supe-para-qué-carajos-sirve-este-pinche-
tripie.
Los Tercios preguntan de nuevo, faltaba más. Aunque sea que llega
en la cabeza, porque la grabadora ya fue, de la cámara mejor ni
hablar, y el
tripie ahí nomás se hizo ciempiés. Así que
repite: “
¿Y para qué quieres mirar?”
“
Para imaginar todo lo que se podrá hacer mañana“,
responde el zapatista, la zapatista.
Y cuando la zapatista, el zapatista dijo “
mañana”
bien pudo estarse refiriendo a un calendario perdido en un futuro por
venir. Podrían ser milenios, siglos, decenios, lustros, años,
meses, semanas, días… ¿o ya mañana?, ¿mañana? ¿mañana
mañana? ¿Te cae? ¡No chingues si ni siquiera me he peinado!
Pero no todos, todas, pasaron de largo.
No todas, todos, pasaron y juzgaron absolviendo o condenando.
Hubo, hay pocos, muy pocos, tantos apenas que ni una mano agotan.
Estuvieron ahí, callados, mirando.
Ahí siguen.
Apenas de vez en cuando profieren un “
mmh” que es muy
semejante al que expresan los más antiguos de los pobladores en
nuestras comunidades.
Contra lo que se pueda pensar, el “
mmh” no significa
desinterés o desapego. Tampoco desaprobación o acuerdo. Es más
bien como un “aquí estoy, te escucho, te miro, continúa”.
Ya de edad son esos hombres y mujeres, “de juicio” dicen los
compas cuando se refieren a la gente mayor, señalando que los
calendarios deshojados en la lucha dan razón, saber y discreción.
Entre esos pocos, había uno, hay uno. En veces ese uno se suma a
los partidos de fútbol que el comando anti muro organiza para seguir
golpeando, aunque entonces sea un balón, y después le toque al
teclado de la marimba.
Como de costumbre en esos partidos, nadie pregunta nombres. Uno o
una o
unoa no se llama juan, o juana o krishna, no. Es la
posición que tienes la que te nombra. “
¡Oyes portería!
¡Pásala volante! ¡Duro defensa! ¡Dale atacante! ¡Acá
delantero!“, se escucha en la algarabía del potrero, con las
vacas indignadas porque el ir y venir de los equipos les arruina la
comida.
En una orilla, una niña inquieta hace por calzarse unas botas de
hule que, se nota, le quedan grandes
“
Y vos, ¿cómo te llamas?“, le pregunta el hombre a
la niña.
“
Yo defensa zapatista“, dice la niña y pone su mejor
cara de “si no quieres morir, retírate”.
El hombre sonríe. No ríe abiertamente. Sólo sonríe.
La niña, es claro, está reclutando elementos para retar al que
pierda.
Sí, porque acá, cuando el equipo gana, se va a darle al muro. Y
el equipo que pierde sigue jugando, “hasta que aprenda”, dicen.
La niña tiene ya parte del equipo y le presume al hombre.
“
Éste es delantero“, dice señalando a un chuchito
de color indefinido por las costras de lodo y que mueve la cola
entusiasmado. “
Si corre, acaso para, se va y se va, hasta
allá“, y la niña señala al horizonte que el muro oculta.
“
Falta que no se le olvide el balón“, dice casi como
pidiendo disculpas, “
porque luego agarra camino para otro lado;
la pelota para allá y el perrito delantero para el otro allá“.
“
Este es portero o conserje también le dicen, creo“,
dice ahora presentando a un viejo caballo viejo.
“
Yo mi trabajo“, explica la niña, “
es que no
pase el balón, porque mírelo usted, es choco, le falta un su ojo,
el derecho, por eso ya sólo mira abajo y a la izquierda y si el tiro
viene por la derecha, pues nomás ni en cuenta“.
“
Y bueno, ahorita no está todo el equipo. Falta el gato…
bueno, más bien es perro. Muy otro el ése-como-se-llama, como que
perro pero maúlla, como que gato pero ladra. Lo busqué en el libro
de herbolaria cómo se llama un animalito así. No encontré. Dijo el
Pedrito que dejó dicho el Sup que se llama gato-perro.
Pero no muy hay que creerle al Pedrito porque…” la
niña voltea a uno y otro lado viendo que nadie esté cerca para
escucharla, y le dice al hombre en secreto “
ese Pedrito le va
al América“, luego, ya más en confianza: “
Su papá le
va a las chivas y se embravece. Si pelean, su mamá los zapea a los
dos y ya se están quietos, pero el Pedrito mucho alega, que la
libertad según las zapatillas y no sé cuánto”
“
Será zapatistas“, corrige el hombre. La niña ni en
cuenta, el Pedrito se las debe y ha de pagar.
“
Bueno, tú como te llames, el gato-perro ése, tú piensas
en tu cabeza ¿será que sabe jugar?”
“
Sabe“, se responde ella misma.
“
Como el enemigo no lo ve si es perro o es gato, rápido se
va por un lado y otro y ¡zás! ahí está el gol. El otro día casi
ganamos, pero la pelota se fue pal monte y
en eso llegó la hora del pozol y se suspendió el partido. Bueno, te
digo tú, el ése gato-perro como-se-llame, sabe. Muy otro el
gato-perro ése, tiene su ojo amarillo, así“.
El hombre ha quedado helado. La niña ha descrito un color con sus
manitas. El hombre ha rodado mundos y penas, pero no había
encontrado a alguien que describiera un color con un ademán. Pero la
niña no está para impartir cursos de fenomenología del color, y
sigue hablando.
“
Pero no está ahorita, el gato-perro“, dice con
pena, “
creo que se fue de cura porque dicen quesque
se fue a un seminario contra el pinche capitalismo cabezón. ¿Tú lo
sabes cómo es su modo del pinche capitalismo cabezón? Bueno, mira,
te lo voy a dar la plática política. Resulta que la pinche sistema
no te muerde sólo de un lado sino que onde
quiera te está chingando. Todo lo muerde la pinche sistema, todo se
lo zampa y si ya se engordó mucho, pues lo gomita, y de vuelta con
su tragadera. O sea que para que me entiendas el maldito capitalismo
no tiene llenadero. Por eso yo le dije al
gato-perro ése que para qué se va de cura a un seminario. Pero
acaso obedece. ¿Usted cree que va a ser cura un gato-perro? No,
¿verdad?, ni por muchos goles, ni por mucho ojo amarillo. ¿Tú lo
vas a dejar que te dé un casorio un gato-perro, manque tenga su ojo
amarillo, ¿verdad que no? Por eso yo, cuando nos cásemos
con mi marido nada de cura, sólo con el municipio autónomo y eso
por el baile, que si no, ni eso. Nomás permisados
para que no anden mal hablando. Solita yo y mi ése-como-se diga, y
si no muy sirve el marido pues a volar cuervos que te sacarán los
ojos. Así dice mi abuela, que ya está grande ya, pero bien que
combatió el primero de enero de 1994. ¿No lo sabes qué pasó el
primero de enero de 1994? Ah, pues luego te lo canto una canción que
lo dice todo clarito. Ahorita no, porque de repente ya nos toca jugar
y hay que estar listas. Pero para que no estés con pendiente te digo
que ese día le dijimos a los pinches malditos malos gobiernos que ya
estuvo bueno, que hasta aquí nomás, que ya basta de sus
chingaderas. Y dice mi abuela que fue por
las mujeres, que viera que por los pinches maridos, pues nada, que
ahí estaríamos dando lástima, como los partidistas de por sí.
Bueno, no lo tengo visto todavía quién para mi marido, porque luego
son muy tarugos los hombres, vieras. Y ahora estoy todavía niña.
Pero ya luego lo sé que mucho me van a mirar los pinches hombres,
pero yo, seria, nada de que sí, nada de que no, nada de que no sé,
o sea que me voy como quien dice a dar mi lugar y si el pinche marido
se quiere pasar de rosca bueno, pues por eso estoy de defensa
zapatista, ahí nomás le doy su zape y anda vete, que me respete
como mujer zapatista que soy. Claro, no va a entender luego, así que
varios zapes hasta que lo entienda la lucha de como mujeres que
somos”
El hombre ha seguido atento toda la perorata de la niña. No así
el perrito de las costras de lodo, que a saber dónde anda. Ni el
caballo tuerto que mastica con parsimonia un plástico herencia del
alumnado de la escuelita. Con todo, el hombre no se ha reído, apenas
si ha alcanzado a parpadear al mismo ritmo de su sorpresa.
“
Ya vamos a ser más“, anima la niña, “
de
repente dilata, pero sí vamos a ser más“.
El hombre tarda en comprender que ahora la niña se refiere a su
equipo. ¿O no?
Pero la niña ahora estudia al hombre con mirada de cazatalentos,
después de varios “
mmh“, le suelta “
Y vos, ¿cómo
te llamas?“.
“
¿Yo?” dijo el hombre sabiendo que la niña no pedía
el árbol genealógico, ni el escudo heráldico, sino una posición.
Después de recorrer mentalmente sus opciones, el hombre responde:
“
yo me llamo recoge balones“.
La niña se queda callada, valorando la utilidad de esa posición.
Después de pensarlo un rato, le dice al hombre, no para
consolarlo, sino para que se dé cuenta de lo importante:
“
Recoge balones, no cualquiera, eh. Ahí tiene usted, si el
balón se va para allá nomás, onde el
acahual, olvídate, no hay quien quiera ir, porque está muy fiero
ahí, mucha espina, mucha mostazilla,
arañas, de repente hasta culebra. O de repente la pelota se va al
arroyo y no fácil se pepena, porque el agua lo lleva, así que hay
que correr para alcanzarlo, al balón. Así que recoge balones
cuenta, vale pues. Sin recoge balones nomás no hay partido. Y si no
hay partido, pues no hay fiesta, y si no hay fiesta pues no hay
baile, y si no hay baile pues de balde me peino y de balde me pongo
los prensapelos de colores, mira“,
dice la niña y de su
morraleta saca un montón de
prendedores de muchos colores, tantos que ni los hay todavía.
“
Recoge balones no cualquiera“, le repite la niña al
hombre mientras lo abraza, no para consolarlo, sino para que entienda
que todo lo que vale la pena se hace en equipo, en colectivo, cada
quién su tarea.
“
Yo sería, pero no. Mucho miedo me dan las arañas y las
culebras. El otro día hasta soñé muy fiero por su culpa de una
pinche culebra que topé en el potrero. Así nomás“, y
extiende sus brazos tanto como puede.
El hombre sigue sonriendo.
El partido acaba, la niña no ha completado el equipo para retar y
se ha quedado dormida en el suelo.
El hombre se levanta y le pone su chaqueta porque la tarde ya
pardea y el fresco alivia la tierra. Tal vez hasta llueva.
Un miliciano está ahora regresando con las identificaciones que
pidió la Junta de Buen Gobierno. El hombre espera su turno.
Por fin dicen su nombre y se acerca a recoger su pasaporte que
tiene al frente un grabado que reza “República Oriental del
Uruguay”. En su interior hay una foto de un varón con cara de
“
¿Qué diablos estoy haciendo aquí?” y a su lado se
lee “Hughes Galeano, Eduardo Germán María”.
“
Oiga“, le pregunta el miliciano, “
¿usted se
puso Galeano de nombre de lucha por el compa sargento Galeano?“.
“
Sí, creo que sí“, responde el hombre mientras
sostiene el pasaporte dudando.
“
Ah“, dice el miliciano, “
de por sí eso
pensé“.
“
Oiga y su tierra, ¿dónde mero queda?”
El hombre mira al miliciano zapatista, mira el muro, mira a la
gente dale y duro a la grieta, mira a los niños jugando y bailando,
mira a la niña tratando de hablar con el perrito, con el caballo
choco y con un animalito que bien podría ser un gato, o un perro, y
dice resignado: “
también aquí“.
“
Ah” dice el miliciano, “
¿y usted a qué se
dedica?”
“
¿Yo?“, trata de responder el hombre mientras recoge
su mochila.
Y de pronto, como si apenas acabara de entender todo, responde
sonriendo “
Yo soy recoge balones“.
El hombre ya está lejos y no alcanza a escuchar al miliciano
zapatista que murmura con admiración: “
Ah, recoge balones, no
cualquiera“.
Ya en la formación, el miliciano le dice a otro: “
Oí
Galeano, que hoy conocí a un ciudadano que se puso tu nombre“.
El sargento Galeano sonríe, como de por sí, y replica “
no
hombre, ¿cómo crees?“.
“
De por sí“, dice el miliciano, “
de dónde si
no va a sacar ese nombre el señor ése“.
“
Ah“, dice el sargento de milicias y maestro de la
escuelita Galeano, “
¿y qué es lo que hace él?“,
pregunta.
“
Es recoge balones“, dice el miliciano y se va
corriendo para alcanzar pozol.
El sargento de milicias Galeano, recoge su cuaderno de apuntes y
lo guarda en su
morraleta mientras dice entre dientes:
“
Recoge balones, como si fuera tan fácil. Si no cualquiera es
recoge balones. Para ser recoge balones se necesita mucho corazón,
como de ser de zapatista, y para ser de zapatista no cualquiera,
aunque eso sí, luego hay alguien que no sabe que es de zapatista…
hasta que sabe“.
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Tal vez no me crean ustedes, pero esto que les cuento pasó hace
apenas unos días, unas semanas, unos meses, unos años, unos siglos,
cuando el sol de abril abofeteaba la tierra no para ofenderla, sino
para que despertara.
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Hermanas y hermanos familiares de los Ausentes de Ayotzinapa:
Su lucha es ya una grieta en el muro del sistema. No dejen que se
cierre Ayotzinapa. Por esa grieta respiran no sólo sus hijos,
también las miles de desaparecidas y desaparecidos que faltan en el
mundo.
Para que esa grieta no se cierre, para que esa grieta se ahonde y
se ensanche, tendrán ustedes en nosotros, nosotras, zapatistas, una
lucha común: la que transforme el dolor en rabia, la rabia en
rebeldía, y la rebeldía en mañana.
SupGaleano.
México, mayo 3 del 2015.